
Existe un concepto que, al descubrirlo, ilumina de golpe la complejidad del Caribe: la “Relación” de Édouard Glissant. No se trata de una mera abstracción filosófica, sino de la matriz misma —uso esta palabra deliberadamente— que teje nuestra identidad caribeña. Una red que entrelaza historia, cultura, lengua y tradiciones en un movimiento constante. Porque la Relación no es algo estático que fue; es algo que es y está siendo, algo que nos atraviesa.
¿Qué hace singular al Caribe? Precisamente esto: la confluencia de mundos. Antillas, Europa, África. Influencias que no se yuxtaponen simplemente, sino que se entrelazan en un proceso que Glissant comprende con agudeza cuando escribe: “Hay una diferencia entre el desplazamiento (por exilio o dispersión) de un pueblo que encuentra su continuidad en otro lugar y el trasbordo (la trata de negros) de una población que, en otro lugar, se convierte en algo diferente, en un nuevo dato del mundo. Es en este cambio donde hay que tratar de descubrir uno de los secretos mejor guardados de la Relación”.
Este “trasbordo” —palabra terrible que nombra una violencia histórica— es también el origen de algo nuevo, irreductible a sus componentes. No es continuidad, sino creación. Y es aquí donde la Relación se revela como clave para pensar nuestra historia errante, nuestra identidad no como hecho homogéneo sino como rizoma caribeño.
Glissant lo dice con precisión: “Así comprendemos que actúan historias entrecruzadas, propuestas a nuestro conocimiento y que producen el ente. Nosotros renunciamos al Ser”. Renunciar al Ser. ¿Qué significa esto? Significa abandonar la ilusión de una esencia fija, de una identidad monolítica. La historia del Caribe se caracteriza por conexiones, nexos, desplazamientos, pliegues y despliegues entrelazados. Somos, en el fondo, una heterogeneidad constitutiva —una amalgama, o quizás mejor, una cierta mónada leibniziana que refleja infinitas relaciones. Es esto lo que nos otorga nuestra singularidad y potencia como pueblo caribeño. El Caribe nace de Relaciones, y por ello no puede reducirse a una esencia totalizadora que aplane la complejidad y riqueza de lo que somos.
Hay un pasaje de Fernando Pessoa —ese maestro de las multiplicidades— que resuena profundamente con esta intuición glissantiana. Alberto Caeiro, uno de sus heterónimos, escribe: “Vi que no hay Naturaleza, que Naturaleza no existe, que hay montes, valles, llanos, que hay árboles, flores, hierbas, que hay ríos y piedras, pero que no hay un todo al que esto pertenezca, que un conjunto real y verdadero es una enfermedad de nuestras ideas. La Naturaleza es partes sin un todo. Éste es tal vez el misterio del que hablan”.
Glissant habría asentido: el Caribe es partes sin un todo. Lo que hay son Relaciones. No existe una “Naturaleza caribeña” como totalidad cerrada. Y éste es el gran misterio del que hablan ambos, el poeta portugués y el pensador antillano. Un misterio que no clausura sino que abre, que no fija sino que libera, que no esencializa sino que afirma el devenir perpetuo de lo que somos.
Referencias:
Glissant, Édouard. El discurso antillano. Traducción de Aura Marina Boadas, Amelia Hernández y Lourdes Arencibia Rodríguez. La Habana: Fondo Editorial Casa de las Américas, 2010.
Pessoa, Fernando. Un corazón de nadie. Traducción de Ángel Campos Pámpano. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2013.

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